sábado, 9 de agosto de 2008

PAPPO



Pappo¿Quién dijo que yo me fui de mi barrio?Si uno camina las calles del barrio encuentra el mundo. Asoman distintas y encantadoras realidades. Un gato, el sol del mediodía, el crepúsculo y el ladrido de un perro, la plaza y sus pájaros y sus chicos. Es decir, lo inmediato y lo temporal, con su sortilegio efímero. Pero, también, aparece lo trascendente; entonces, uno se siente parte de los dos mundos, el del familiar vecino y el del histórico. En la plaza, en la esquina de Juan B. Justo y Andrés Lamas está Pappo. Cuando un hombre impacta en el pueblo, siempre está. Los hombres erigimos monumentos para fortalecer nuestra memoria. Pero, los hombres a los que se les construye no los necesitan. Ya inscribieron su impronta en la sensible epidermis de su gente. Caminar las calles del barrio nos aclara el espíritu y nos sorprende. Me doy cuenta que estoy transitando un momento germinal de la cultura del barrio. El nacimiento de un mito le hace desandar a la muerte su frío sendero. Pappo no es el muerto, es el cálido hombre que, por su arte, vive en cada uno de nosotros. Hombres como Pappo, modifican los códigos. ¿Qué importa cómo se llama la plaza? Si ya, todos, le dicen la plaza de Pappo. Todo hombre quiere registrar su huella. Algunos hombres (nuestros ancestros) imprimieron sus manos en las cuevas de Altamira. Otros hombres, Berni, Quinquela Martín y Anibal Troilo (Pichuco) hicieron con sus manos estupendas representaciones. Pappo, con sus manos virtuosas y todo su cuerpo, nos hizo el mundo más ancho y profundo. Pappo vive y está en nuestro barrio.

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